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El Concierto para piano n.º 3 de Ludwig van Beethoven abre una de esas heridas en la historia de los géneros musicales que nunca se cierran y son definitivas para el futuro. Culminación de su primera etapa creativa, representa una obra muy personal que anticipa el camino que seguirá su producción. Un inicio vigoroso, rompedor y de gran virtuosismo, da paso al largo, un pasaje de íntima inspiración y belleza lírica, que contrasta con el rondó final. Esta extravagancia para los oídos de los vieneses de 1803 es esencial para entender todo lo que ocurrirá después en el piano y en la orquesta.
Una sinfonía de marcado carácter programático es la n.º 12 de Shostakóvich, emparentada con la n.º 11, y con un subtítulo (“El año 1917”) y una dedicatoria (“A la memoria de Vladímir Lenin”) que no dejan lugar a dudas. Su potencia narrativa la convierte casi en un comentario sinfónico del derrocamiento del régimen zarista, y su proyección plástica dibuja, a partir de los recursos que ofrece el dispositivo orquestal, escenas concretas de la Revolución rusa. La literalidad de sus citas y referencias la convierten en un testimonio del siglo XX y del legado musical soviético.
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