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El libro de cuentos Viajes y flores, de Mercè Rodoreda, inspira esta instalación inmersiva que nos habla de la guerra a través de las voces de mujeres que se han visto forzadas a huir de una guerra actual.
«La guerra la relatan las mujeres. Lloran. Su canto es como el llanto.»
Svetlana Alexiévich, La guerra no tiene rostro de mujer, 2015
Al adentrarnos en la siniestra atmósfera de la última obra de Cabosanroque, hacemos un viaje lleno de belleza entre las flores de un mundo lisiado por la guerra. Entramos en un bosque, tal vez un jardín... ¿o era un pueblo? Una obra que combina la literatura, la antropología, la escultura, la música y el artefacto, todo orquestado bajo la batuta del sonido.
Y se habla de la guerra, y hablan de ella las mujeres y las criaturas, y «no solo sufren las personas, sino la tierra, los pájaros, los árboles. Todos los que habitan este planeta junto a nosotros».
Oiremos fragmentos del libro de cuentos Viajes y flores, con la voz de mujeres que se han visto forzadas a huir de una guerra actual. Trasplantadas al ucraniano, las palabras de Mercè Rodoreda se convierten en sonidos incomprensibles para nosotros y, al mismo tiempo, desvelan una lógica rítmica interna, una musicalidad del texto que pervivirá más allá de cualquier traducción.
Cabosanroque descubre en La guerra no tiene rostro de mujer y Últimos testigos de Svetlana Alexiévich una alianza perfecta para este viaje, que nos ayuda a entender el tránsito de la realidad y el recuerdo hacia la ficción; y hasta qué punto necesitamos la fantasía para evitar que la realidad, que no se puede digerir ni explicar, no llegue a fulminarnos.
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