La casa viva: un arte que sirve
Fernando Gómez de la Cuesta
Habitar el conflicto es más que una exposición, es una invitación a la reflexión colectiva, un acto de sanación, un testimonio del poder transformador del arte. Ela Fidalgo convierte el Casal Solleric en un espacio de creación comunitaria, en un laboratorio de formas vivas, de emociones, de sentimientos y complicidades, donde la participación de casi 500 personas es la expresión evidente de que nos encontramos ante un proyecto único, ante una manera de crear en comunidad que nos explica que el arte no es solo un ejercicio estético sino que también cumple una función, un agente que nos hace mirar hacia lugares en los que no habíamos reparado, que nos ayuda a tomar conciencia, a posicionarnos, a buscar soluciones a nuestros problemas: el arte sirve.
La propuesta tiene su punto de partida en un taller colectivo en el que los participantes, muchos de ellos vinculados a asociaciones de carácter social e integrador, han sido invitados a coser sus emociones, sus afectos y sus pensamientos, dejando su huella en la obra y encontrando en ella un lugar para compartir, para conectarse con los demás, para curar en comunidad. Dice Ela Fidalgo que el cambio comienza cuando nos escuchamos, que el arte es ese espacio donde lo personal da sentido a lo colectivo y lo colectivo a lo personal: un proceso profundo de colaboración y de encuentro.
El resultado de este proceso compartido es una gran escultura de una madre que ocupa el centro del patio del Casal Solleric. Esta pieza, creada a partir de una amalgama de telas y emociones cosidas por los participantes, se convierte en el corazón de la propuesta, en el espacio de protección, de atención y de cuidado. La madre es el hogar, el lugar de creación, donde se crece y se sueña. Esta escultura, que es a la vez íntima, personal y colectiva, habita la casa viva, habita el taller de Fidalgo trasladado por unos meses al Solleric, transformando el edificio para poder trabajar en comunidad, para tejer emociones, sentimientos y complicidades.
Junto a la escultura de la madre, la artista presenta otra propuesta que se completa tras la acción participativa del público. En el ShowCase del Casal Solleric, una silla con largos y acogedores brazos incita al espectador a sentarse en ella y ser abrazado. Este gesto aparentemente simple es una llamada al encuentro, al contacto, a la compañía, al consuelo. La silla acoge al que se acerca, recibe emociones y las trasforma, te protege y se expone, una forma de sentir que el arte puede ser refugio, un lugar donde, no solo observar, sino participar y activar.
La tercera obra de esta propuesta es una extraordinaria intervención, bella e inquietante, en la que unos largos brazos de tela brotan de las ventanas de la logia de la fachada principal del Casal Solleric para establecer un metafórico abrazo con la ciudad en la que vivimos. Estos brazos, que se extienden hacia fuera, no solo parecen alcanzar a los transeúntes, sino también al paisaje urbano, al espacio público, a las historias que Palma guarda en su memoria colectiva. La instalación crea un territorio de diálogo entre el interior y el exterior, entre lo privado y lo público, entre la individualidad y la comunidad. Una obra de extraña belleza que nos invita a pensar en la ciudad que soñamos, en esa ciudad construida desde el encuentro, el respeto mutuo y el cuidado compartido.
A través de este proyecto, Ela Fidalgo cuestiona la naturaleza misma del arte como una herramienta que tiene la capacidad de transformar realidades, de abrir lugares para el hallazgo. Habitar el conflicto es una propuesta que desmantela el concepto de espacio expositivo para convertirlo en una casa viva, una llamada a crear en comunidad que toma su fuerza de la interacción entre las personas, que nos ayuda a entender que el arte nunca es un acto aislado sino una herramienta poderosa para construir el futuro que imaginamos, para producir una sociedad más justa, más empática, más humana. Una ciudad donde, como ese abrazo de tela que se extiende hacia fuera, el arte sea un refugio en el que el ser humano pueda encontrar compañía y sentido.
El abrazo, la maternidad, la comunidad, entendidos como refugio, como hogar, como lugar para creer, crecer y crear. El Casal Solleric como un espacio abierto, común, como un punto de encuentro donde se aprende haciendo: un proyecto que cuida para una comunidad que acompaña, una propuesta que habita el conflicto para transformarlo. Así, su taller, el Casal Solleric, se convierte en ese laboratorio de formas vivas, en un territorio para el intercambio continuo, para la sanación, un contexto que construye la ciudad desde el vínculo, desde el encuentro, donde lo que nos une trasciende más que lo que nos separa, una ciudad que nos recuerda que la verdadera creación siempre es colectiva y que solo desde el soporte mutuo, el respeto y el amor, podremos encontrar el verdadero sentido del ser.